¿Qué les ha dejado a los hondureños el segundo huracán en azotar su país en quince días? Tres mujeres nos dan su testimonio: Dunia Orellana, Raquel Cárcamo y Vanessa Siliezar

San Pedro Sula, Honduras
17 de noviembre de 2020
Amigxs:
Acá dicen que las desgracias vienen juntas y este año se cumplió el dicho. Primero fue el coronavirus y, como me dijo Óscar Canales, ahora salimos de una tormenta para entrar en otra. Óscar y 15 personas más están refugiadas en la casa de unos familiares en el municipio de San Pedro Sula, en el norte de Honduras, después de estar en situación de damnificados en la comunidad de Flores de Oriente, en La Lima.
Todavía no acababa de secarse el lodo y no terminaban de contar los muertos que dejó Eta cuando a Óscar y sus hermanos les dijeron que Iota venía rugiendo a Honduras. Ya habían estado albergados en la casa donde están ahora, pero habían regresado a Flores de Oriente para limpiar su casa y ver si la tormenta les había dejado algo. Tuvieron que regresar a la carrera a San Pedro Sula cuando el Gobierno avisó de la llegada inminente de Iota y puso en marcha el desalojo de los habitantes de las “zonas inhabitables”, que incluyen Flores de Oriente.
“Ni una sola casa se salvó en La Lima”, me cuenta Óscar, que sobrevivió agarrándose de un árbol de guayabas durante 12 horas, del 5 al 6 de noviembre. Todo ese tiempo estuvo aterrorizado, viendo las corrientes que arrastraban basura y cadáveres y arrancaban los edificios desde los cimientos. “Ni ricos ni pobres. Al final todos éramos los mismos. No hubo Zona Americana ni hospital privado que resistiera el agua”, agrega Óscar, refiriéndose a la zona donde vivían las familias más ricas de La Lima y los trabajadores privilegiados en los años del boom de las bananeras.
Como Óscar, tres millones de hondureños han sido afectados directa o indirectamente por Eta. También se reportan 74 muertos y ocho desaparecidos.

Óscar, su hermano Lito, su cuñada y su sobrinita solo pudieron salvar el televisor y la moto. El 5 de noviembre, cuando al fin pudo bajarse del guayabo que le salvó la vida, Óscar se unió al rescate. “Creo que salvamos a 300 personas. En el barrio nos dicen que somos vagos porque no nos miran hacer nada, pero en ese momento éramos los únicos que nos atrevimos a subir a los niños a los árboles de tamarindo que resistían más el agua”.
Flores de Oriente es ahora “una zona desierta”, dice Óscar. “Acá estoy esperando que todo esto pase, sin celular, sólo con dos mudadas, pero vivo”.

En cambio, Iota parece dirigirse en línea recta a la capital de Honduras después de entrar como huracán a Nicaragua, llevar vientos fuertes a la Mosquitia hondureña y causar destrozos en Tocoa, en el departamento de Colón.
En su camino a la capital, el segundo huracán que castiga a Honduras este año deja lluvias que parecen no terminar nunca. Ayer 16 de noviembre por la mañana, Raquel Cárcamo, quien vive en la colonia Arturo Quezada de Tegucigalpa, estaba ocupada en la oficina donde trabaja, subiendo cosas a la segunda planta.
“Saber lo que nos ha costado todo mientras esperamos que el huracán no afecte Tegucigalpa me pone a pensar”, me dice Raquel después de atender mi llamada telefónica. Su colonia está todavía intacta. Las inundaciones han pasado de largo por el centro de Tegucigalpa, pero Raquel tiene familiares en el norte de Honduras que lo han perdido todo.
Su sobrina, madre soltera como ella, se quedó sin nada. “¿Cuántas mujeres están en los albergues con sus hijas e hijos sin tener nada?”, me pregunta Raquel. Primero fue la Covid-19, dice, porque ha marcado nuestras vidas. El nuevo coronavirus causó más desempleo y pobreza. “La pandemia nos encerró. Miramos casos de mendicidad. Al ver los episodios de corrupción con la compra de hospitales, este gobierno nos ha hundido en la más cruel miseria”.
Al mirar toda esta situación, sus nervios han estado de punta. Tuvieron que inyectarla para que la presión no se le subiera. Pero eso no le ha impedido seguir trabajando para ayudar a otras mujeres por medio de su organización Ecuménicas por el Derecho a Decidir.
He estado en el departamento de Gracias a Dios, conocido como La Mosquitia, y nadie me puede engañar sobre la pobreza en la que viven sus habitantes. Puedo decir sin dudas que es la zona más vulnerable y olvidada de Honduras. Al olvido del Gobierno hay que sumarle ahora los desastres naturales.
Es la segunda vez que un huracán golpea este año a la Mosquitia hondureña después de tocar tierra en Nicaragua. Iota ha sido más cruel que Eta con esta región del oriente hondureño. A estas horas se reportan al menos tres muertos después de que una lancha se diera vuelta en la laguna de Caratasca con 20 personas a bordo.
“Nos sentimos impotentes”, me dice Griselda Martínez, residente en Puerto Lempira, en La Mosquitia hondureña. “Sólo esperamos la ayuda de Dios. No hay alimentos. Tampoco hay capacidad de respuesta”.
La organización gubernamental encargada de actuar cuando hay desastres naturales está también huérfana de ayuda como los habitantes de esta zona selvática hondureña. El Comité Permanente de Contingencias (Copeco) “no tiene ni una linterna”, agrega Griselda. “No hay colchonetas, no hay comida”.
Al menos 50 casas se dañaron en el barrio Patuca, en el municipio de Brus Laguna, en el oeste de Gracias a Dios, informa el líder indígena Newin Solano. También en Brus Laguna hay varios niños heridos y más de 40 viviendas destruidas, reportan líderes comunitarios. Hay otros municipios incomunicados, como Ramón Villeda Morales, y en Puerto Lempira se cayeron árboles y techos de viviendas.
En La Mosquitia y en la mayor parte del país se necesita ayuda del Gobierno y de Copeco. Como en otras regiones hondureñas golpeadas por los huracanes, como en la costa norte, donde lanchas privadas rescataron a miles de personas atrapadas por el agua, la sociedad es la que se ha solidarizado con las poblaciones más perjudicadas, ya que por ninguna parte se ve la acción gubernamental en tiempos de crisis.

Vivir al lado de una quebrada ha tenido sin dormir a Vanessa Siliezar durante tres noches. La inminente llegada de Iota les robó el sueño a ella, su madre y su hermana. Las tres viven en La Ceiba y han estado pendientes de las lluvias que pueden hacer que la quebrada se salga de su cauce.
En los últimos 10 días, los huracanes Eta y Iota le han dado un rumbo distinto a la vida de Vanessa. Primero tuvo que cambiar la estrategia de trabajo, invertir recursos en conseguir comida y equipos de limpieza para las mujeres más afectadas del departamento de Atlántida. “Hemos llegado a lugares donde nadie está ayudando, somos una organización pequeña, pero tenemos el compromiso de ayudar a quienes más lo ocupan”, dice.
La organización a la que se refiere es la Unidad de Desarrollo de la Mujer y la Familia (UDIMUF), una ONG que fundó hace más de 10 años para apoyar a las mujeres del litoral atlántico, pero que ahora ha ampliado su radio de acción y abarca varios departamentos de Honduras.
Cuando Eta se fue de Honduras y las aguas bajaron, Vanessa y su equipo recopilaron ayudas que llevaron en lancha, carro y a pie a varias comunidades del litoral. En su trabajo retan a las aguas y al coronavirus, que sigue activo aunque los ceibeños parecen haberlo olvidado temporalmente para salvar su vida de las inundaciones.
Noviembre es clave para UDIMUF, dice Vanessa. Es el Mes Internacional de la No Violencia y la ONG que dirige tiene actividades que Iota frenó. “Se supone que Iota es un huracán más fuerte que Eta. Entonces cómo impulsar nuestras acciones. La tierra nos está diciendo cuánto la hemos devastado y vivimos consecuencias personales y políticas porque la obra pública que no se crea favor de las comunidades afecta a las mujeres defensoras”.
Me despido de ustedes con un breve recuento de lo que el paso de Iota ha dejado en Honduras.
Los 18 departamentos del país están en alerta roja. Se reportan al menos tres muertos. Las actividades económicas están suspendidas por dos días y en algunos supermercados no hay comida. Las principales carreteras están inhabilitadas debido a las lluvias que han partido las calles en dos y debilitado puentes. El gobierno dice que los habitantes de zonas de riesgo deben evacuar inmediatamente. Algo que no todas ni todos cumplen debido a la desigualdad en que vivimos.

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