Texto y fotos de Dashiell Allen
Publicado originalmente en Latina Republic.
Acabo de pasar semana y media en Honduras. Ya no creo que el periodismo consiste en obtener créditos de autor. Acá van algunos enigmas éticos para reflexionar*
Gracias al respaldo de Latina Republic y de la pionera del periodismo independiente Dunia Orellana, este mes tuve el privilegio de hacer un viaje informativo por Honduras. Después de pasar el último año y medio entrevistando virtualmente a gente mesoamericana sobre los derechos humanos, la inmigración y un montón de temas importantes, el mundo del que antes me separaba la pantalla de Zoom saltó de repente a la vista con una claridad cegadora.
Creo que en apenas una semana entrevisté más gente que en el último mes. Hablé con activistas medioambientales, de inmigración y LGBT, con un historiador del arte y con la cofundadora de una de las editoriales más importantes de Honduras, entre otros. Pero tal vez las lecciones más importantes que aprendí no me las dio mi propio reportaje, sino el hecho de seguir los pasos de mi anfitriona Dunia.

Dunia tiene casi dos décadas de experiencia: después de trabajar durante diez años en un periódico grande (La Prensa) se pasó al periodismo independiente y en octubre fundó la primera publicación LGBT de Honduras, Reportar sin Miedo. En 2017, su investigación sobre el asesinato de Vicky Hernández, permitido por el Estado, desembocó en un caso judicial en la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado de Honduras.
Dunia y yo pasamos un día en la ciudad de Comayagua, donde entrevistamos a Melisa, fundadora y directora de una organización feminista de base. Conocí a Melisa a través de las redes sociales y me emocionaba conocerla, averiguar más sobre su defensa de los derechos reproductivos de las mujeres y sobre la violencia contra ellas. Pero yo no estaba preparado para la clase de íntimas revelaciones que compartió con nosotros: fue agredida sexualmente cuando era sólo una niña, huyó de Honduras tras ser perseguida por las pandillas y su casa la servido muchas veces de refugio para mujeres víctimas de la violencia doméstica. Y no se equivoquen: hay mucho en juego, especialmente en un país donde “una mujer es asesinada cada 16 horas”, según el Centro de Derechos de la Mujer (CDM).
Después de llevarnos a recorrer Comayagua, Melisa nos invitó a tomar café en su casa. Fue entonces cuando entró en confianza con nosotros y nos contó historias sobre ella, su comunidad y su familia. Me di cuenta de que ya no estábamos grabando y le pregunté a Dunia si debía sacar mi teléfono. Me dijo que no, que a veces era más importante escuchar a la gente. La mayoría de los detalles íntimos (si no todos) que conocimos esa tarde nunca serán parte de ningún reportaje.
En cambio, el tiempo que pasamos con Melisa fue una valiosa oportunidad para establecer una conexión, para ganarnos la confianza de nuestra fuente, no para darnos la vuelta y explotar esa confianza un mes después, sino por su valor intrínseco.
Dunia me dijo que ha escrito docenas de artículos que quizá nunca publique porque considera que hacerlo es una forma de “revictimizar a la víctima”; al contar la historia de una mujer trans agredida sexualmente y expulsada de su casa, por ejemplo, ¿está beneficiando de alguna manera a esa persona o a la comunidad trans en su conjunto? ¿No sería mejor dedicarse a ayudar a la protagonista de esa historia a encontrar un refugio o un abogado gratuito, o al menos ayudarla a conseguir comida y agua? Y eso es exactamente lo que hace Dunia.
En el último año he escuchado cada vez más el término “periodista activista”, que es como decir “antropólogo activista”, cuyo objetivo principal no es la objetividad, sino ser un participante activo en el entorno en el que informa, investiga o estudia… nótese la conexión entre “activista” y “activo”.
Es difícil encontrar el lenguaje adecuado para hablar de este tipo de periodistas porque a menudo prefieren permanecer lejos de los reflectores. ¿Servirá de algo lograr que la gente se fije en ellos ahora? No estoy seguro. Pero puedo asegurarles que hay gente así. Personas como la periodista del New York Times Sonia Nazario, de la que he oído hablar en innumerables ocasiones; en realidad, sus extensos artículos de opinión “Paga o muere” sobre la violencia de las bandas y “Alguien siempre está tratando de matarte” sobre la violencia contra las mujeres sólo rascan la superficie de su compromiso con las comunidades hondureñas. Pero, repito, esos detalles son personales y no me siento llamado a compartirlos.

Por desgracia, la mayoría de los periodistas no son como Dunia Orellana o Sonia Nazario.
Después de hacer un viaje relámpago por Honduras en sólo cinco días, pasé el resto de mi tiempo en San Pedro Sula con la familia de Dunia. Al menos dos veces al día, ella recibía una llamada de un menor de edad hondureño que estaba en México. Dunia lxs conoció cuando escribió reportajes sobre la caravana de migrantes que partió de San Pedro Sula en enero, y desde entonces se mantiene en contacto con ellxs. Hace unos meses cruzaron a Texas y fueron deportadxs a México porque no pudieron defender su caso. Vivieron en un albergue para migrantes en Chiapas hasta hace poco, cuando fueron maltratadxs y decidieron irse.
Dunia es prácticamente su único contacto, y para ellxs es casi un miembro de su familia. Ha seguido su historia desde enero, pero no ha publicado nada. Lxs ha puesto en contacto con organizaciones como Las Vanders en México y el refugio LGBT Casa Frida en Ciudad de México, pero, como son menores de edad, los servicios que estas organizaciones pueden ofrecer son extremadamente limitados. No hace mucho, Dunia habló con un periodista europeo sobre lxs jóvenes, y él le dijo: “¡Bien, genial! Dame todos los detalles y yo armaré el reportaje”. Entonces, Dunia se dio cuenta de que el periodista sólo estaba interesado en conseguir un nuevo crédito de autor. Era lo único que le importaba. Y la verdad es que esta historia toca todos los puntos claves: trata sobre migración, sobre Centroamérica y sobre la comunidad LGBTQ. No es ningún secreto que los medios de comunicación estadounidenses consideran la migración mexicana y centroamericana como un “tema candente”.

Esto me hizo pensar que las empresas estadounidenses y multinacionales tienen una larga y sangrienta historia de extracción de recursos naturales de América Latina (una práctica que se denomina extractivismo); tal vez lo que hacen los periodistas occidentales al venir a América Latina (y en especial a Centroamérica) a crear “pornotraumas” usando la historia de uno de cada siete hondureñxs que vive en la pobreza es también una especie de extractivismo. En lugar de extraer recursos físicos como madera, plátanos o petróleo, están extrayendo palabras.
Ben Du Preez, un trabajador de una ONG convertido en periodista, describe que en su experiencia de trabajo con la prensa “perpetuaban involuntariamente los mismos desequilibrios de poder que pretendían exponer, reduciendo a las personas a casos de estudio, despojándolas de su capacidad de acción y no dándoles ningún control sobre cómo eran representadas”.
Como señaló el periodista británico Daniel Trilling en su reportaje sobre lxs refugiadxs y solicitantes de asilo en Europa, “con demasiada frecuencia, las voces de lxs refugiadxs y otras personas marginadas se reducen a puro testimonio, que luego se interpreta y contextualiza en su nombre”. En lugar de comprometerse a fondo con las vidas de las personas sobre las que informan durante un largo período (o incluso en el transcurso de unos pocos meses), lxs periodistas tienden a extraer las partes más convincentes de sus historias que les permitirán obtener más clics. Extraen las historias de las personas para utilizarlas en su propio beneficio, sin dedicar tiempo a reflexionar sobre las complejidades de sus experiencias.
¿Y cómo encuentran sus fuentes estxs periodistas estadounidenses explotadorxs? ¿Encuentran simplemente a mujeres trans victimizadas caminando por la calle frente a su hotel? Puede ser que sí lo hagan a veces, pero en muchos casos las encuentran a través de fuentes locales a las que se olvidan de dar crédito, fuentes como Dunia o cualquiera de sus colegas.
No estoy señalando con el dedo, simplemente hablo desde la evidencia anecdótica que me han mostrado. Me gustaría creer que la marea está cambiando, pero no estoy totalmente seguro. Y hay que admitir que no toda la culpa debe recaer en lxs propixs periodistas; los y las jóvenes freelance, por ejemplo, pueden apresurarse a publicar tantas historias como puedan sin considerar las implicaciones éticas simplemente porque necesitan llegar a fin de mes, como informa la Columbia Journalism Review.
¿Es posible el periodismo ético?
“No te hagas periodista”, me dice Dunia. “No te molestes. No vale la pena”, agrega, medio en serio y medio en broma. Dunia me dijo una vez que se ve a sí misma más como el nexo entre las personas que como una reportera. Si bien le gusta contar “las historias que nadie más quiere contar”, prefiere establecer conexiones: entre personas, recursos y organizaciones.
Pensándolo bien, tal vez no hay una forma ética de ser periodista. ¿No tendré mayor impacto si me uno al movimiento en lugar de informar sobre él? ¿Si busco ayudar a la persona sin techo en lugar de escribir la historia de la persona sin techo? También podría dedicarme al trabajo social y ya. Pero nadie va a saber que el movimiento existe si nadie informa sobre él.
¿Significa que todo el periodismo tiene que estar basado en soluciones? Tal vez. Pero ¿qué pasa si no es fácil hallar las soluciones? Tal vez mi historia sobre la persona sin hogar despierte el interés de la comunidad y lleve a la formación de una nueva organización de ayuda mutua, o tal vez pinte a las personas sin hogar como víctimas pasivas de un sistema fallido y acabe provocando más prejuicios contra ellas. No lo sabré hasta que lo publique.
En este momento no tengo respuestas, sólo muchas preguntas.
Todas estas preguntas solo pudieron surgir después de mi viaje a Honduras. La vida a través de Zoom es bidimensional, pero no sólo porque vemos una versión plana del mundo proyectada en nuestra pantalla; a través de Zoom, la vida en todas sus formas deja de ser espontánea y aleatoria: en las palabras, los pensamientos, las ideas, así como las personas, las formas y los objetos. Fue gracias a la espontaneidad de las palabras que empecé a cuestionar la ética del periodismo en un país extranjero.
*Algunos nombres y lugares de este artículo han sido alterados para proteger la identidad de lxs implicadxs.
Un enorme agradecimiento a Soledad Quartucci y Dunia Orellana por apoyarme siempre para seguir informando, aprendiendo y pensando críticamente.
Dashiell es un periodista y colaborador con Reportar Sin Miedo y Latina Republic. Está enfocado en los derechos humanos, migrantes, de mujeres, y de la comunidad LGBTIQ+. Es amante de los animales y la naturaleza.