La hondureña Lisbany quedó con graves lesiones por las golpizas de su pareja. Ahora tiene que vivir escondida junto con su hijo y su mamá. Las nuevas leyes cubren con un “manto de impunidad” a los agresores de las mujeres hondureñas. En el 2021 se registraron 365 feminicidios, según defensoras
Por Stephanie Mondragón
San Pedro Sula, Honduras. Con mucha frecuencia, los seres humanos no logran darse cuenta del poder que tienen las palabras. Es bastante común ver cómo los espíritus se quiebran y se amedrentan en medio de tantas opiniones de una sociedad fracturada que vive erróneamente sepultada entre el machismo y la falsa moral. Las mujeres, como se ha visto desde el inicio de los tiempos, se llevan los peores golpes y aguantan los peores juicios solo por existir.
Se pensaría que esto debería recaer en un pensamiento arcaico dado que, en la actualidad, las voces de las mujeres se escuchan más y hay más oportunidades de crecimiento. Sin embargo, en Honduras, la historia solo se ve disfrazada de victoria. Hay una falsa libertad que permite creer que la convivencia en igualdad existe mientras las mismas creencias vacías siguen fundamentándose e inculcándose a las generaciones venideras.
Es muy común que en la actualidad las mujeres independientes y con pensamiento propio sean temidas. Claro, anteriormente el diseño impuesto por la sociedad era una mujer sumisa, devota a su hogar, su esposo, sus hijos. Sin embargo, con el acceso a la información y la era tecnológica, poco a poco aquellas guerreras dormidas han ido despertando y alzando su voz a pesar del eco que sus gritos dejen.
Por fortuna, es una nueva etapa de despertar en la que lentamente las mujeres se sostienen las unas a las otras y forman redes para alzar las alas y ser libres. Ahora las que son privilegiadas de tener un propio raciocinio comprenden que pueden ser quienes quieran, hablar de la manera que deseen, vestir de la manera que les plazca y amar de la manera que su corazón anhele.
No obstante, todavía quedan aquellas guerreras dormidas que no tienen tales privilegios por diferentes circunstancias como su entorno, nivel socioeconómico e, incluso, el lugar donde viven, porque para aquellas personas que viven en pequeños pueblos aislados de las grandes ciudades es todavía más difícil tener los recursos que les permitan liberar su mente de ataduras. Por ende, las redes sociales vienen a ser un pilar importante para suplir la necesidad de desarrollo.
Este es el caso de Lisbany. Con tan solo 22 años, originaria de San Juan Pueblo, Atlántida, descubrió el poder de las redes sociales un día de enero de 2022. Estilista de profesión y madre de un niño del que presume como el amor de su vida, utilizó las redes sociales para contar su verdad. Aquello que había sido ignorado por años por diferentes personas y entidades hoy es un testimonio que ha impactado y enfurecido a miles de hondureños.
Fue en 2017 cuando inició una relación con el que pensaba sería una buena pareja; sin embargo, con el paso de los meses, la realidad comenzó a surgir por detrás de la fantasía. Las agresiones comenzaron rápidamente, verbalmente, psicológicamente y físicamente las acciones de su pareja fueron marcándola hasta que decidió terminar su relación. No pasó mucho tiempo hasta que la manipulación se hizo llegar, llevándola a retomar aquella relación con quien ella pensaba cambiaría y volvería a ser como lo fue al inicio.
Lamentablemente para Lisbany, no sería así. Las agresiones continuaron aún después de enterarse de su embarazo, los golpes, el maltrato y la violencia no pararon, lo cual la llevó a tener un embarazo de alto riesgo que terminó en un parto prematuro. Luego de salir del hospital regresó a la casa de su madre, manteniendo lejos a su agresor por algún tiempo, pero la tranquilidad no duró mucho. Su temor creció al tener que cuidar ahora de su vida y la de su hijo.
Desde 2018, los maltratos, las golpizas y amenazas no pararon. Producto de los diferentes episodios de violencia, Lisbany tiene daños en ambos ojos. En diferentes ocasiones buscó auxilio en su comunidad, pero no fue escuchada y las denuncias presentadas parecían no hacer eco en su expareja, quien con el paso de los años la tomó como su propiedad, adueñándose hasta de su tranquilidad. Además de esto, su madre vivía en miedo constante por la vida de su hija.
Hace algunos días, algo cambió. Lisbany fue víctima de una brutal paliza que la hizo perder el conocimiento en varias ocasiones y en la que su madre también fue agredida. Con un traumatismo craneal cerrado provocado por los golpes con el mango del arma de su expareja y daños de un 90% en su córnea, la originaria de Atlántida decidió alzar su voz y finalmente exponer los años de maltratos soportados.
Usando sus redes sociales como arma decidió compartir fotografías de sus golpes acompañadas por un texto que decía “hoy publico esto porque tengo miedo de morir y que mi muerte quede como la de otras víctimas de violencia”.
Dicha publicación se viralizó en horas y las muestras de apoyo y de enojo por parte de los usuarios no se hicieron esperar. Por otro lado, todavía podía verse ese segmento quebrantado que culpaba a la víctima por las acciones destructivas de otra persona que no tiene empatía por el dolor ajeno, ni siquiera del de la madre de su hijo.
En Honduras, casos como el de Lisbany se viven diariamente, pero la mayoría tiene miedo a denunciar, a alzar su voz y que su clamor no sea respondido. En un sistema donde no hay castigos con los cuales un agresor sienta temor, que no se le da la debida importancia, la vida de las víctimas corre grave peligro.
En 2014 un feminicidio retumbó en los titulares de Honduras, cuando la miss Honduras María José Alvarado y su hermana Sofía Trinidad murieron a manos de Plutarco Ruiz, novio de la última. En este caso, el imputado a 45 años de cárcel era temido en su comunidad por siempre hacer cualquier cosa para conseguir lo que quería, nadie decía nada, hacía nada, él tenía el control y a todos los demás a su merced.
Aún con antecedentes como este, las leyes del país cambiaron, con penas menores y mayor impunidad por violencia doméstica y abusos sexuales. Pareciera ser que no logran ver la gran necesidad de protección y justicia para aquellas sobrevivientes que constantemente son revictimizadas por la sociedad, por su abusador, por las leyes y el manejo de sus casos.
Cuando se escribe la frase “Ni una más”, esto debería estar acompañado por la educación y el respeto por los seres humanos a los que todos tienen derecho. No es solamente palabras, es una acción que debe perpetuarse de la misma manera que el pensamiento retrógrado se ha instaurado para así quitarle poder.
Muchas veces se olvida que las frases como “algo hizo”, “mirá cómo se viste”, “es que solo en la calle pasa”, “por algo ha de haber sido” son solamente muestra del machismo arraigado por siglos. Debe recordarse que los seres humanos tenemos libertad de condiciones sin distinción de sexo, religión ni preferencias de cualquier tipo y que nadie es dueño de la verdad ajena.
Hay una necesidad inminente de educación, respeto y moral real, no la falsa profesada por aquellos que tienden a juzgar las condiciones que difieren de sus gustos o preferencias. El peor castigo de una mujer en una sociedad fracturada es simplemente eso, ser mujer. Por eso hoy no importa si temen a no ser aceptadas, no encajar o no ser escuchadas. Esto va para todas aquellas que tienen miedo a morir.
Un manto de impunidad a los agresores
Para la abogada Vanessa Siliezar, de Udimuf, en La Ceiba, la pena de violencia intrafamiliar que ahora se llama maltrato familiar tenía un castigo de tres a seis años, pero pasó de seis meses a un año con el nuevo Código Penal. Desde la interpretación de Siliezar, cuando la sanción es mínima, las autoridades por lo general no persiguen a los agresores.
“Las reformas al nuevo Código Penal revelan un proceso de impunidad que expone a las víctimas y cubre con el manto de la impunidad a los agresores”, expresó.
La ley de violencia doméstica en Honduras ya no responde a la realidad de las mujeres. Por ejemplo, en el 2021, el Sistema Nacional de Emergencia (911) registró 46,016 denuncias de violencia doméstica y 61,450 de violencia intrafamiliar.
“Justicia tardía no es justicia, la ley contra la violencia doméstica ya no protege a las víctimas y el Código Penal desampara totalmente a las mujeres en delitos de materia penal. Esto es preocupante”, señaló la abogada.
Según el Centro de Derechos de las Mujeres (CDM), cada dos horas una mujer es agredida en Honduras. En el 2021 se registraron 342 feminicidios.