Amílcar Cárcamo revive la histórica marcha de mujeres del 2021 en Ciudad de México en esta crónica
Ciudad de México. Estaba allí por destino o casualidad. Las noticias prevenían acerca de tener precaución por la marcha de feministas, en la cual se reportaban muchos atentados a edificios y patrimonios de la ciudad.
El famoso Ángel de México había estado en reparación desde mi llegada en septiembre porque las feministas lo habían llenado de grafitis en la misma marcha de hace seis meses.
Recibí una llamada de mi editora diciéndome que tenía que conseguirle fotos de la marcha de mujeres. Apenas me había preparado mi expreso de la mañana, salí disparado a la ducha y me cambié lo más rápido posible.
No tenía ni idea de dónde era ni dónde comenzaba la marcha. En Honduras no es algo común este tipo de eventos, lo que es lamentable.
El internet decía que la gran marcha comenzaba a las 4 de la tarde en la demarcación de Cuauhtémoc. Pedí mi Uber y con muchos nervios me dirigí al monumento de la Revolución.
En la radio hablaban sobre los grupos radicales feministas haciendo estragos en las estructuras mexicanas y que las feministas estaban bloqueando la entrada a los periodistas. Me asusté.
“Vivas y libres”

Llegué al monumento a unas cuatro cuadras de distancia porque el conductor no podía entrar debido al bloqueo de las calles. Seguí a dos mujeres que tendrían la edad de mi madre, elegantes y de muy buen porte, hablaban de política y de la nueva generación de mujeres.
El camino por donde me dirigía estaba señalado por grafitis de color morado y verde en el piso de piedra que decían: “Vivas y libres”.
Mujeres de todas las edades y clases sociales se reunieron desde el monumento a la Revolución, madres junto con sus hijas, tomadas de la mano, llegaban paso a paso.
A un grupo de jóvenes frente al monumento les pregunté si podía tomarles una foto con sus creativos carteles. Me preguntaron de qué medio era. Reportar Sin Miedo, dije.
La marcha ya había comenzado y yo debía alcanzarla. Madres de familia, clase trabajadora, estudiantes y jóvenes mujeres. Era un oleaje de mujeres, una tras otras llegaban y cada cartel que encontraba era más creativo que el anterior.
“Disculpen las molestias, pero nos están matando”. Sentido del humor y un mensaje muy fuerte mostraba el cartel de esta manifestante. Continué mi camino por el centro histórico.
Los antiguos edificios estaban resguardados por muros de metal de dos metros. Había cercos perimetrales y una línea de policías.
Me llamó la atención una chica de cabello rojo y capa en la que había un dibujo de una mujer desnuda en tinta roja, rodeada de palabras de color negro. No eran solo palabras, eran nombres. Nombres de las que ya no estaban con las manifestantes.
“Claudia, Marisela, Fátima”, se escucha a lo largo y cerca… “Una marcha por las que están, y por las que no están”.
Una chica se lanzó al piso frente a la cadena de policías mientras escribía con pintura en aerosol color neón: “Es nuestro día”.
Tres mujeres indígenas pasaron junto a mí con sus trajes rojos con listones satinados muy folclóricos. Eran parte de la marcha.
La meta era llegar al Zócalo. El clima era perfecto, no tan frío y sin mucho viento, como suele ser en CDMX. Las jacarandas o macuelizos, como los llaman en Honduras, formaban un sendero morado a la orilla de la calle cuando me percaté de un arcoíris presente en la marcha.
Una joven adolescente marchaba con su pantalón denim y una bandera con los colores de la comunidad en su bolsillo izquierdo.
Los vendedores ambulantes aprovechaban para vender banderas y pañoletas o paliacates, como les dicen regionalmente. Una venta fija, al parecer. Mascarillas, paliacates morados y verdes y mucha felicidad.
Me reencontré con la chica de rojo con su capa como una vieja amiga, esta vez descubierta. Llevaba una especie de hilo rojo alrededor del cuello que se extendía hacia abajo, huellas de manos en rojo que se dirigían por sus extremidades.
Llegué al Palacio de Bellas Artes que continuaba cerrado por la cuarentena, otro muro perimetral lo resguardaba, pero había una aglomeración de mujeres. Corrí a ver qué sucedía.
Al continuar mi aventura, un grupo de mujeres parecía estar rodeando algo mientras gritaban “Dios es mujer”.
Un hombre indigente fue atacado con pintura morada al ofender a las marchantes que pacíficamente exigían su derechos.
A mi izquierda, una mujer vestida de forma muy particular, con tres capas de tono rosa pastel y coral que cubrían su cabeza como con un burqa y envolvía su cuerpo de forma muy ligera, sostenía un cartel que decía: “Quiero parir con dignidad, hoy yo decido sobre mi cuerpo”. Rápidamente entendí la referencia.
Cada vez eran más creativos los carteles: “Educa a tus hombres”.
Cuando me acerqué a los muros perimetrales, no vi grafitis, sino los nombres de las víctimas, sus edades y sus lugares de procedencia. Entre 17 y14 años es el rango.
“Sinaloa, 800 feminicidios en 10 años“

Un caso trascendental fue el de la pequeña Fátima, una niña de siete años asesinada después de ser abusada mientras salía de la primaria, vestida con su uniforme escolar.
Diez mujeres en promedio son asesinadas, según estadísticas de la Secretaría de Seguridad Ciudadana.
Una hora ha transcurrido desde que comenzó la movilización, cada vez la marcha se vuelve más densa y la sana distancia, menor. Comienzo a escuchar golpes como de tambor y humo morado aparece en el cielo.
Los hombres también demostraron su apoyo. Uno, desde la ventana de un edificio, sacó una toalla morada como símbolo de su apoyo a las mujeres marchantes. Otro acompañaba a su novia durante la marcha.
De repente me encontré con los grupos feministas radicales, quienes no toleran que el sexo masculino participe en este tipo de eventos.
Una de ellas martilleaba con fuerza la reja metálica de un negocio de ropa que para su suerte se llamaba Men’s Fashion, en español “moda de hombres”. Cuando notaron que yo estaba tomando fotos, rápidamente se me acercaron.
“¿Con quién andas”, me preguntó directamente. “Solo”, le respondí.
“No nos tomes fotos”, me dijo, muy tajante. “Está bien”, dije.
Comenzaron a gritar “Deja a tu macho en casa”. Era esto a lo que se referían en la radio acerca del bloque negro, como se hacen llamar.
Finalmente llegamos al Zócalo, donde muchos grupos se rencontraban y se saludaron. Se tomaban fotos y gritaban canciones de protesta. La afluencia de mujeres era cada vez mayor.
El muro frente al Palacio Nacional era una obra de arte que recorría los 40 mil metros cuadrados del majestuoso edificio. No había un espacio que no estuviera decorado con carteles, flores, nombres y frases de aliento y exigencia de justicia.
Las mujeres habían hecho lo que mejor saben hacer: dar vida y color a lo que parece no tenerlo. La marcha era un cuadro surrealista pintado por Frida Khalo. No lo podía creer.
Frente al muro, los ánimos se calentaban, las manifestantes estaban exigiendo sus derechos. Detrás el muro se encontraba la policía y ellas arrojaban botellas vacías.
Eran las 5:26 pm cuando se escuchó un estruendo en el aire, gritos y mujeres corriendo. Eran bombas lacrimógenas. Esta era la razón por la cual la vestimenta apropiada eran los paliacates.
Corrí lo más lejos posible para no sufrir el desagradable ardor en la vista del gas pimienta de las bombas. Vi a la multitud alejarse del muro, pero el océano de mujeres era mucho más fuerte.
Fui un simple espectador, un fotoperiodista más, pero fue una experiencia increíble, te sientes parte de algo mucho más grande. No eres solamente tú. Esta marcha representa a nuestra bisabuela, abuela, madre, hija, hermana, prima, amiga, esposa, vecina.
Y como dice la canción de la cantante española Rigoberta Bandini, “a ti que siempre tienes caldo en la nevera, tú que podrías acabar con tantas guerras. Mamá, mamá, mamá, paremos la ciudad sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix”.
Seguí mi camino de regreso a casa como un simple observador, pero nunca el mismo.
