“Somos uno de los países con los más altos índices de femicidio porque hay una narrativa pensada para que nos parezca divertido, porque las mujeres nos lo merecemos, porque alguna ‘maldad’ hicimos”, dice en esta columna la directora del Grupo Sociedad Civil, Jessica Isla
Por Jessica Isla
“Mala porque no me quieres,
Liliana Felipe
Mala porque no me tocas…
Mala cuando te conviene”.
“Que el odio se muera de hambre, porque nadie le da de comer,
Odio. Almadura. Ile
Aunque le suenen las tripas, aunque después se arrepienta,
Al odio no se alimenta, ni se le da de beber”.
Tegucigalpa, Honduras. Desde tiempos inmemoriales existe toda una narrativa que justifica la maldad de las mujeres. En las principales cosmogonías del mundo, empezando por Eva, pasando la Pandora de los griegos o la Lilith babilónica, las mujeres siempre tenemos la culpa de todos los desastres del mundo. Somos por excelencia, las “malas”.
Por eso imaginen mi hartazgo cuando leo en uno de los principales medios del país que un hombre apuñaló a una compañera de trabajo porque lo “rechazó” en sus pretensiones amorosas. Así de sencillo y divertido lo escriben. Así, de un solo golpe pintan al agresor como un gracioso y desmeritan el sufrimiento de la víctima a la que solo llaman “fémina”. Seguro, al menos, puntos de sutura tuvo que sufrir la afectada y no creo que le hizo mucha gracia, como no se la haría a ninguna persona que haya recibido este tipo de ataque. Aquí, la palabra “apuñalamiento” debería ser el centro de atención. Pero, me digo a mí misma, con razón, somos uno de los países con más tolerancia a la violencia contra las mujeres y con los más altos índices de femicidio. Porque hay una narrativa pensada y expuesta para que nos parezca divertido, porque las mujeres nos lo merecemos, porque alguna “maldad” hicimos, incluso sin darnos cuenta.
Eso me trae a la memoria cuando cierto catedrático de historia, hoy ministro de mares y mareas, reaccionó ante un medio local ante una denuncia hecha en mural de la Universidad donde lo mencionaban como acosador. Dijo y cito: “Es un arranque de histeria colectiva”. O sea, no era verdad que el fuese un acosador, eran las chicas que lo denunciaban las que estaban fuera de quicio por tener matriz, ya que la histeria es un atributo por excelencia femenino, que viene del griego “hyster” que significa útero o matriz. Las compañeras respondieron con un contundente “somos históricas, no histéricas”. Y él no solo siguió en su puesto, sino que en este período de la refundación lo premiaron con un puesto público. Lo mismo hicieron con otros acusados de violencia contra las mujeres o violación. Entonces no solo viven en la impunidad, sino que sus víctimas son las malas, las que querían “dañarles” las carreras. Yo reflexiono que, si la justicia estuviera de nuestro lado, del de las sobrevivientes, no habría Ortegas, Quezadas o Sorianos (amén de otros nombres) “premiados” con puestos de poder, que implican no solo dinero, sino el triunfo de la opresión y la inequidad. Me parece, al igual que dice Moira Millán, lideresa mapuche ante el intento de violación de Boaventura de Sousa, semidiós académico de los estudios de la descolonización) que la izquierda tiene que repensarse y actuar al respecto, sino deja de ser el movimiento que supuestamente responde a los pobrxs y oprimidxs. Muchas sabemos que la izquierda tradicional y de antaño tiene muchas deudas con las mujeres.
Del otro lado, en las derechas, se encuentra Roberto Contreras, empresario de la costa norte del país, quien expresó en el Día de las Américas, ante las manifestaciones de diversos grupos sociales ese día: “…quiero decirles, como alcalde de San Pedro Sula yo prefiero cien mil veces portar esta bandera afrodescendiente, esta bandera garífuna, que una bandera de diversidad sexual, me siento honrado con esta, me siento bien, entre mis negros bellos de Power Chicken” (refiriéndose a su local de venta de pollo, donde en efecto trabaja población garífuna). Pese a esa declaración, no conozco a ningún empleado que sea dueño conjunto de su negocio. Él, que es el amo, el patrón, declara que siente bien entre “sus negros bellos”. Una oda al colonialismo moderno, donde él sigue siendo el patrón, el amo, que se da el lujo de estar entre ellos, por supuesto, en otro nivel. Ignoro esa vez que dentro del colectivo LGBTQ+ se encontraban personas también garífunas y personas de la diversidad que votaron para que llegara al poder. Nada más patriarcal y colonial que rechazar todo vínculo con ellos/as/es una vez llegado al poder. Desde su lógica, ya no le sirven, como sí lo pueden hacer, por ejemplo, sus empleados. Pero no es poner una cosa frente a otra porque se olvida que quien trabaja puede ser o no amigo, pero lo que sí es, sin dudas, es trabajador asalariadx bajo una necesidad concreta, generalmente económica, como lo hacemos todos/as las trabajadoras/es.
Se equivoca el alcalde, sin embargo, como buen colonialista, así como todos los medios de comunicación que nos etiquetan a mujeres, gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y queer, en pintarnos esa aureola de maldad, porque todo lo es o emula lo femenino algo malo ha de tener, es el monstruo escondido, lo que no se ve, lo que tiene un lenguaje diferente (Kristeva) en una directa apología del odio, en pensar que se eternizarán en el poder, en pensar que nunca más van a necesitar de nosotres y por eso no tienen por qué responder nuestras demandas. Porque mientras los cuerpos de nuestras compañeras y compañerxs se amontonan como víctimas de femicidios o crímenes de odio, nosotres estamos tomando nota de quiénes son y lo que hacen. Esa, diría yo, es una ventaja de estos tiempos, donde las máscaras han caído y les estamos conociendo. Sabemos de sus falsas promesas con las mujeres y la población de la diversidad sexual (por mucho que una ministra homófoba salga diciendo en declaraciones públicas que el alcalde está obligado a pedir disculpas, una ministra que, por cierto, no se ha sentado con la población LGBTIQ+ e ignora sus demandas). Las vendas se caen, a causa de lo que dicen sus palabras y acciones. Así que, de nuevo, nos rebelamos a sus insultos y demandamos respeto porque al nombrarnos, somos.
Por ello confío que, en un día, aunque les duela, verán a una “loca” o una “mala” (porque ya aprendimos que no basta ser mujer) tomando el poder, cualquier poder, y ese día muchas bailaremos, hasta que la lluvia lave las afrentas recibidas y libere nuestros cuerpos diversos. Nos queda resistir al escape y la fuga, esos pensamientos que acompañan nuestros deseos de vivir, al ver que nada avanza, al revés, retrocede con el reforzamiento del poder militar y patriarcal. Seguiremos floreciendo bajo el asfalto o las piedras ardientes porque de ahí venimos, de la alegría que son nuestros cuerpos, en medio de la adversidad. Al odio, dice la cantante Ile, no se le da de comer. Llegará el día de la justicia y la reparación, aunque no lo vean nuestros ojos. Alguien lo verá y eso es suficiente, decía mi abuelo. Al menos, esa debería ser la utopía a la que no podemos ni debemos renunciar. La utopía de las locas, las indias, las negras y las malas, la utopía de las diversas. Nuestra utopía.
Jessica Isla
En las honduras prófugas de justicia