
Conoce la historia de Josué Flores y su familia, damnificados por ETA en el norte de Honduras. La entrevista exclusiva realizada por En Altavoz y Reporteros de Investigación se hizo viral en las redes sociales
Por Dunia Orellana
La Planeta, La Lima, Honduras. Las furiosas aguas del Chamelecón los separaron de sus mascotas, pero la familia Flores Barrientos nunca olvidó a sus perros durante las dieciocho horas de angustia y miedo que pasaron en la segunda planta de una casa en la colonia Planeta. Ondina Barrientos y sus hijos tuvieron que salir de su casa solo con la ropa puesta para huir de las inundaciones desatadas por las lluvias de la tormenta tropical Eta. Atrás quedaron tres de sus cinco perros, incluyendo a Rocky, nadando en las aguas sucias que arrastraban toda clase de objetos y cuerpos de personas y animales. Pero ni Ondina ni su familia dejaron de pensar en sus mascotas. Estaban listos para buscarlas en cuanto las aguas bajaran.
La llena agarró por sorpresa a Ondina, a su madre Cristina, a sus hijos Josué y Evelyn, a su hermana Victoria y a cuatro personas más. Pero no solo a ellos. Todo el Valle de Sula no esperaba que la inundación fuera tan letal. Al principio creyeron que era una guerra. Desde el miércoles 4 de noviembre, el río Chamelecón, en el municipio de La Lima, ya había empezado a llenar las calles del centro de La Lima, a pocos kilómetros de la colonia Buenos Aires, situada en el sector Planeta, donde Ondina vive con sus parientes en una casa de una sola planta al final de un callejón sin salida.
Cuando en 1998 el huracán Mitch azotó Honduras, la llena en la Buenos Aires fue insignificante, y eso que se trataba de uno de los peores desastres naturales de la historia hondureña, así que los habitantes de esa colonia, incluyendo a Ondina y su familia, estaban casi seguros de que con Eta la cosa iba a ser igual. Pero el destino les jugó una mala pasada. Y posiblemente el Gobierno, con su mala gestión, contribuyó a empeorar la catástrofe.
A las cinco de la mañana del jueves 5 de noviembre se rompieron todos los bordos de contención del río Chamelecón y de los canales que le sirven de alivio. En ese momento, Ondina y sus hijos estaban atentos a las noticias en sus celulares y en la televisión. Miles de hondureños pasan pendientes de los reportes escandalosos de canales locales o las notas poco creíbles de los medios afines al Gobierno de Juan Orlando Hernández.
Todo pintaba muy mal, pero la familia Flores Barrientos confiaba que la llena iba a ser como la de 1998. Rocky y los otros cuatro perros andaban jugando por la casa y en el patio. Pocos minutos después de las cinco de la mañana, la llena llegó a la Buenos Aires. Hasta en ese momento les quedaba un resto de confianza, que se les esfumó en cuando el agua les llegó a la cintura.
La mitad de las casas de la Buenos Aires se llenaron hasta el techo en menos de una hora, según todos los habitantes de la colonia limeña situada en el norte de Honduras. Algunos huyeron un poco antes de que pasara lo peor. Otros se treparon en los techos de las viviendas de una sola planta o se subieron en árboles. Los vecinos que tienen o alquilan casas de dos pisos se quedaron esperando que las aguas volvieran a bajar pronto o que alguien los rescatara.
Muchos se refugiaron en la segunda planta de las residencias vecinas, como les pasó a Ondina y sus familiares. A las 5:25 salieron a la calle con el agua un poco arriba de la cintura. Iban caminando con dificultad, principalmente Ondina, de 50 años de edad, y su madre Cristina, de 70. La corriente era muy fuerte y se llevaba fácilmente a mujeres y niños. Los hombres resistían un poco más.
El agua oscura que bajaba desde el Chamelecón iba llenando las colonias al oeste de la Buenos Aires, como la Jerusalén y la San Cristóbal, pasaba encima de la autopista y llegaba en una tromba a los asentamientos de los sectores Planeta y Rivera Hernández, que abarcan cientos de colonias de los municipios de San Pedro Sula y La Lima.
Las nueve personas que viven en la casa de Ondina lograron agarrar a tres de sus cinco perros y los llevaron cargados a la casa de dos plantas de una familia vecina. Josué Flores, el hijo menor de Ondina, no tuvo tiempo de agarrar a Rocky ni a Cooper, un husky siberiano. Salieron desesperados, con el temor de que el agua no los dejara escapar. Fue lo mejor que pudieron hace porque unos minutos más tarde el agua había llegado al techo de la vivienda de los Flores Barrientos.
Rocky, un pastor alemán de diez años edad, es el compañero de toda la vida de Josué, quien lo considera casi un hermano. Sin embargo, Rocky está tan viejo que se le hace muy difícil desplazarse por la casa y pasa echado la mayor parte del tiempo. Desde la terraza de la casa vecina, Josué y sus familiares vieron con impotencia cómo el agua oscura se tragaba todo lo que les había costado años acumular. Los nueve andaban en calzoneta, con chancletas o descalzos. Cristian Zalavarría, de siete años, primo de Josué, ni siquiera se pudo poner una camisa.
Un poco antes de las seis de la mañana, los Flores Barrientos solo podían ver el techo de su casa saliendo del mar del color de chocolate en que se habían convertido las calles de su colonia.
Rocky se quedó en el patio. Lo habían amarrado a un pedazo de tubo de plástico de cocina. Ondina tuvo la idea de subirlo al techo antes de huir con sus parientes, pero a la hora de la hora nadie pudo hacerlo.
Josué estuvo angustiado. Durante dieciocho horas, desde las 5:40 de la mañana hasta las once de la noche del jueves estuvo vigilando desde la terraza la altura de las aguas. Cualquiera que ame a sus perros se habría puesto a pensar en salvar a como diera lugar a sus mascotas, hasta tirarse en las violentas aguas para salvarles la vida. Josué posiblemente pensó lo mismo durante esas casi veinte horas, pero lo primero en esa situación era salvar a su familia.
Su madre Ondina, quien sufre de hipertensión, y su hermana Emily estaba destruidas por la desgracia de pensar en sus posesiones flotando en el agua inmunda y en Rocky ahogado en el lodo.
La tarde del jueves 5, otras familias sí lograron salir de la colonia y llevarse a sus mascotas. En el bulevar, en grandes camiones resistentes al agua y en lanchas, la gente sacaba a perros, gatos, cerdos y gallinas amarrados a traíllas y metidos en jaulas o en barriles. Las familias refugiadas en tiendas de plástico, en carros o en contenedores tenían a sus animales amarrados con cabuyas para no perderlos. Todos estaban cubiertos de lodo seco.
“Esos perritos ya están muertos”, le dijo una vecina a Josué. Supuestamente había visto el cadáver de Rocky y de Cooper. A las tres de la tarde, los refugiados empezaban a quedarse sin carga en sus celulares. Pero al menos ya sus parientes sabían dónde estaban.
La marea de angustia bajó a las cuatro de la tarde, cuando una lancha de los bomberos llegó junto a la verja de la casa donde los Flores Barrientos esperaban el rescate. “Solo niños y gente de la tercera edad”, dijeron los socorristas. La mamá de Cristina y dos personas más salieron nadando de la casa y se treparon a la lancha. Tuvieron que pasar sobre la verja de metal para abordar la embarcación, que iba casi hasta la mitad de rescatados.
Desde las cuatro, los restantes miembros de la familia Flores Barrientos estuvieron midiendo la altura del agua. Estaban afligidos por las noticias, que anunciaban nuevas crecidas en las siguientes horas. “Evacúen de inmediato las zonas bajas del valle”, dijo el presidente en cadena nacional. “Va a crecer de dos a cuatro metros con el agua que baja de la montaña”. Sin embargo, no ofreció soluciones de ninguna clase. Las lanchas que llegaban a rescatar gente no eran de gobierno y los vehículos militares no eran lo bastante altos para entrar.
A las once de la noche, cuando llegaron a sacar a Ondina y al resto de la familia, Josué ya daba por perdido a Rocky. La lancha en la que fueron deslizándose lentamente para no chocar contra los carros sumergidos fue dejando atrás la vivienda en la que Rocky se había quedado muerto en medio del lodo.
Josué regresó por Rocky el viernes, cuando las aguas había bajado. Quería recuperar a su perro, aunque estuviera muerto. También necesitaban ver en qué estado había quedado su casa y si era posible rescatar algunas de sus pertenencias.
Josué y sus primos salieron de la vivienda en San Pedro Sula donde se habían refugiado la noche del jueves y llegaron a pie a las tres de la tarde a la colonia Buenos Aires. La calle pavimentada que pasa frente a la casa de la familia estaba todavía oculta bajo un pie de agua estancada.
Parecía una colonia fantasma. Josué solo oía el ruido del agua sucia que iba desplazando con las piernas. Los únicos habitantes que se habían atrevido a esperar la bajada de la llena estaban en las segundas plantas más elevadas, como la de una cuartería a cuatro o cinco cuadras de la vivienda de Josué.
Abrieron el portón, con temor anticipado de ver lo que esperaban hallar dentro de la casa. El piso estaba cubierto por medio pie de lodo repugnante.
Revisaron el frente de la casa, pero solo vieron montones de basura arrastrada por la corriente. Con una sola mirada se echaba de ver que la familia lo había perdido todo.
En ese momento, Josué vio que el lodo se movía. Era imposible. Tuvo que parpadear varias veces para acabar de creer lo que estaba viendo.
Era Rocky. Estaba convertido en una pelota de fango, como Cooper. Los dos habían sobrevivido, a saber cómo, todo un día metidos en dos metros de agua y lodo.
Josué abrazó a sus perros y los limpió lo mejor que pudo con las manos. Se echó a Rocky a los hombros y lo sacó de la casa. Uno de sus primos se encargó de llevarse a Cooper. Aunque Josué estaba feliz, iba llorando por el camino.
“Es un perro luchador”, dice Josué, quien acaba de regresar con su familia a limpiar los destrozos que Eta dejó en su casa. “Está enfermo de las piernas porque ya está viejo, pero él sabía que íbamos a llegar a traerlos. Él se dejó llevar por mí, como un niño”. Da las gracias a quienes han ofrecido ayuda para él y sus mascotas después de que la historia de Rocky se hizo viral. “Un montón de gente se ha ofrecido a ayudarnos. Son miles de seres de luz que han compartido con nosotros”.
Personas de buen corazón, como Xochitl Campos, llegaron con alimento para darles de comer a las mascotas de los damnificados. “La gente no dejó abandonados a sus animalitos”, dijo en entrevista para En Altavoz y Reporteros de Investigación. “Adoro a los animales. Para mí son parte de mi familia, no simples animales. Trajimos comida, pero no suficiente porque nunca creímos que iba a haber esta cantidad de animales en el bulevar”.
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