Asesinos quemaron en diciembre la casa del activista de la diversidad sexual y lo persiguieron para amenazar con matarlo. Un día antes, Zambrano había ganado un importante premio internacional que avivó el odio de grupos conservadores
“He visto morir a muchos de mis compañeros por la violencia y el VIH”, dice el defensor LGBTI, quien cuenta su historia

Tegucigalpa. Aunque estuvo a punto de morir poco después de recibir un importante premio internacional, el activista LGBTIQ+ José Zambrano no parece dispuesto a dejar que lo silencien. Un grupo de criminales intentó acabar con la vida de Zambrano el 23 de diciembre de 2020, un día después de que el defensor de los derechos de la diversidad sexual recibiera el Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos y Estado de Derecho. A pesar del peligro que corre, Zambrano, ahora desde un lugar seguro, sigue alzando la voz en favor de los derechos de los colectivos LGBTI de Honduras.
Los criminales quemaron la casa de Zambrano en Tegucigalpa, por lo que el activista y varios de sus familiares tuvieron que escapar para salvar la vida y se refugiaron. Sin embargo, según Zambrano, los peligrosos individuos llegaron a amenazarlo de muerte a la casa donde se había escondido.
“Mi vida y la de mis familiares ha corrido riesgo al haber sido amenazados o prácticamente asesinados”, dice el activista. “He perdido sobrinos y amigos. Qué tremendo vivir la violencia en un país como este”.

Zambrano tiene décadas de luchar por los derechos de las poblaciones diversas en Honduras en los campos de la salud, la política y la identidad de género. Por su trabajo ha obtenido reconocimientos como el que le otorgaron el 22 de diciembre de 2020, pero también se ha ganado el odio de grupos conservadores que están en contra de los colectivos de gays, lesbianas y transexuales en Honduras.
José Zambrano ha sido uno de los baluartes de las batallas de los colectivos desde los años 80, cuando la pandemia no era el COVID, sino el sida, que mataba a cientos en Honduras y el resto del mundo y contra el cual parecía no haber remedio.
Una lucha de toda la vida
Como muchas personas LGBTI, Zambrano comenzó su lucha desde que era pequeño. Nacido en Tegucigalpa en 1963, pasó su infancia en el popular barrio La Isla, en el centro de la capital hondureña. José compartía su casa con 11 hermanos y afrontó la discriminación en la calle y en la escuela. “Me decían maricón. Yo llegaba a mi casa llorando”, relata. Sus padres, le dieron el calor y la aceptación que él no hallaba fuera del hogar. “Mi mamá y mi papá me decía ‘quedate y ayudale a tu mamá en la cocina’. Así aprendí a cocinar”.

A mediados de los años ochenta, cuando apenas había pasado los veinte años de edad, José comenzó su activismo al ver la condición en que vivían las personas LGBTI aquejadas de VIH-sida. “Yo empezaba la universidad cuando se habló de una nueva enfermedad que afectaba a los homosexuales. La llegada del VIH cortó la aceptación que se había ganado. En esos días había más tolerancia y se podía tener una profesión”, relata José.
En esa época, Zambrano y sus amigos frecuentaban “una clínica que se llamaba la 48”. A ese centro hospitalario llegaban principalmente trabajadoras sexuales, trans y hombres gay. “No mirábamos a otro tipo de persona”. Lo que comenzó como un club de amigos que compartían historias se convirtió en la Asociación Hondureña de homosexuales en la Lucha contra el Sida en San Pedro Sula. Por desgracia, las lesbianas se involucraron en la sociedad.
Por esos días, la primera actividad de la diversidad sexual en San Pedro Sula cambió la perspectiva de Zambrano y sus amigos. “Participamos en el primer encuentro de homosexuales”, cuenta. Cuando las lesbianas “vieron que íbamos en serio, que estábamos dando la cara, ocurrió algo diferente. En San Pedro llevaba la ele de Asociación Hondureña de Homosexuales y Lesbianas”.

A finales de los ochenta, Zambrano se sumergió en el trabajo con los colectivos LGBTI que ya no solo sufrían los golpes de la discriminación, sino también el castigo del sida. “Los primeros casos se empezaron a documentar” por esos días, relata José. “Comenzamos a trabajar más con la Secretaría de Salud, con el Centro de Atención Integral en prevención del sida. Llevábamos a la gente a ese lugar para que supieran, para que recibieran cuidados e invitaran a otros a hacerse los exámenes”.
Aunque Zambrano comenzó desde muy joven su trato con mujeres y gays dedicados al comercio sexual, él logró evitar ese destino. Un ciudadano estadounidense lo ayudó a superarse y huir de la vida en las calles.
“Fue en 1977. Me dijo ‘tenés que estudiar, no quiero que vayas a la calle’. Tuvimos una relación muy bonita con él. Eso me ayudó bastante para no dedicarme al trabajo sexual, me dio más valor”. Ese valor lo impulsó a matricularse en Psicología, pero aún no se ha graduado. “Algún día pienso terminarla”, dice.

“Mejor lo dejamos así”, agrega cuando se le pregunta si le han diagnosticado VIH. Aunque relata que tuvo una relación con “una persona muy linda que tenía VIH”, prefiere no entrar en detalles sobre su propio estado de salud. “Nunca he recibido un examen positivo de VIH, sino mi pareja”, dice. “En un tiempo desarrollé tuberculosis y perdí peso, pero los exámenes nunca me salieron positivos”.
“He visto morir a muchos”
La historia de José Zambrano es la historia de los grupos LGBTI en Honduras porque él fue testigo, hace cuarenta años, del nacimiento de los primeros colectivos de la diversidad sexual en el país. También ha contemplado cómo los grupos se desintegraban para que otros nacieran al calor de las luchas en pro de los derechos de las minorías hondureñas.
“He visto a muchos morir”, dice, refiriéndose no solo a los compañeros de lucha que cayeron, enfermos de sida, sino también a colectivos que cumplieron su ciclo para dejar espacio a nuevas manifestaciones de la lucha LGBTI. El grupo fundacional de José y sus amigos en los ochenta “se desintegró, pero fue el primer grupo de autoapoyo que hicimos antes de las organizaciones que comenzaron por el VIH”.
La violencia, no solo el sida, acabó con la vida de la mayoría de los compañeros de Zambrano. El trabajo de las nacientes organizaciones como las que José ayudó a fundar ya no se limitaba a la salud, sino que empezaron a involucrarse en el área política, ya que era necesario tratar con tomadores de decisiones y abogados para defender los derechos humanos de personas de la diversidad que padecían persecución y violencia.
Los primeros apoyos vinieron de instituciones defensoras de derechos humanos como Visitación Padilla, el Centro de Derechos de la Mujer, el bufete jurídico popular y la universidad. “Concientizamos a la sociedad sobre el VIH y sobre cómo mirar a la diversidad. Conocimos a Berta Oliva y al comisionado de los Derechos Humanos Leo Valladares”.
José y otros pioneros como él tuvieron que “multiplicarse” porque su trabajo pasó a ser multidisciplinario, por decirlo así. La labor de pronto era “algo mancomunado con otras cosas, como una verdadera educación sexual, educar a los pequeños en la sexualidad humana, cómo entenderla”.
En su carrera de casi 40 años al frente del trabajo a favor de los grupos LGBTI en Honduras, José Zambrano ha participado en la fundación de organizaciones que incluyen la Asociación para una Vida Mejor de Personas Infectadas y Afectadas por el VIH/Sida en Honduras (Apuvimeh) y la Casa Refugio.

Iglesia y participación política LGBTI
La labor de colectivos como los que ha fundado José abarca también las relaciones de la Iglesia con la sociedad y con el Estado porque, desde hace tiempo, los grupos religiosos en Honduras tienen una gran influencia en las políticas estatales. Eso en teoría no debería ocurrir, ya que Honduras es supuestamente un Estado laico, pero la Iglesia se entromete en cuestiones que nada tienen que ver con sus actividades religiosas.
La intromisión de la Iglesia afecta a grupos que considera pecaminosos, como los colectivos LGBTI. “Las religiones tienen poder. Imagínese que cuando nos dieron los permisos para la personería jurídica alegaron que según la Constitución es prohibido el matrimonio entre personas del mismo sexo”, dice Zambrano. Los grupos LGBTI que él ha ayudado a formar quieren que se hable sobre la adopción por parejas de un mismo sexo, pero lo ha impedido “el poder mediático de la Iglesia Católica y la Evangélica”.
Zambrano destaca el papel de instituciones políticas progresistas en el desarrollo de las organizaciones LGBTI hondureñas y en su papel cada vez más sobresaliente en el ámbito político, pero afirma que los colectivos de la diversidad sexual no aparecieron hace apenas 11 años. “Mucha gente cree que con el golpe de Estado en Honduras apareció la diversidad sexual, pero no es así. Eric Martínez y Walter Orlando Tróchez fueron asesinados porque no querían que participáramos en política. Otros miembros de la diversidad fueron prácticamente asesinados en el golpe”.
La primera participación política LGBTI, según Zambrano, se remonta a 2013 y 2017. Por el partido Libertad y Refundación “participaron un hombre gay y una mujer transexual, pero sufrieron atentados, fueron perseguidos. Otros partidos como PINU y UD se abrieron a otros compañeros, o sea que se han abierto”.
Zambrano conoce el peligro de pertenecer a los colectivos LGBTI hondureños y buscar al mismo destacarse en cualquier espacio, principalmente en el político o social. Una muestra del riesgo que corre es el atentado que sufrió en diciembre pasado y por el que aún sigue refugiado en un sitio seguro.

A pesar del peligro de ser LGBTI y vivir en Honduras, José Zambrano no deja de soñar. “Quisiera que volviéramos a tener una democracia, a vivir en paz y tranquilidad”, dice. “Que podamos decir ‘no’ cuando no nos gusta algo, criticar, ver presos a los corruptos de cuello blanco, a los asesinos, a quienes violentan la vida de otros. Amo a mi país, pero hay gente que me ha dicho que me calle. Tenemos que luchar por una verdadera participación política, por el acceso a la justicia”.