Hablar del miedo es liberador. Quizá no vaya a terminar con él, pero las otras personas han vivido situaciones similares y han logrado alguna salida. Si has vivido una situación así, no te lo guardes, las demás podemos aportar, por mínimo que parezca
Por Kate Orellana
Tegucigalpa, Honduras. Ahí estaba yo, en la azotea del edificio viendo la ciudad y las muchas formas de vida que la acompañan. Cláxones sonando sin fin, personas apresuradas a paso ligero por las aceras, uno que otro gatito en los tejados y, sobre todo, el viento refrescando mi cara mientras me perdía en mis pensamientos.
Fue cuando pensé en la libertad de la que se me ha privado, en cómo el edificio de apartamentos donde estoy pasó de ser tan sólo un espacio a ser mi cárcel o, mejor dicho, quizás único lugar seguro para estar y existir.
No porque tenga prohibido salir o abandonar el edificio, sino porque hacerlo podría significar perder mi vida.

Es de conocimiento público que este año ha sido muy turbulento para Reportar Sin Miedo, entre muchas amenazas, algunos atentados físicos de los que no se ha hecho mención en redes sociales y, sobre todo, el hostigamiento y la presión que generan élites que desean que cesemos nuestro trabajo.
Es por eso que hoy quiero que hablemos del miedo, de cómo vivimos y existimos en el mismo espacio y, sobre todo, lo válido que es sentirlo. Te cuento mi historia y también la de otras personas que viven con miedo aquí en Honduras. Sus nombres no son reales, esto para permitirles permanecer en el anonimato.
No es la primera vez que me amenazan y me recluyo en algún espacio para evitar que me hagan daño, de hecho, hace algunos años me abusaron sexualmente, debido a eso recibí amenazas de tal gravedad que tuve que desplazarme a otro país. Tuve la oportunidad de quedarme allá y pedir asilo, pero mi amor por Honduras, el deseo de no abandonar todo por lo que he trabajado y la dificultad de empezar una nueva vida en otro país me hicieron decidir volver.
La siguiente vez fue en 2020, cuando defendía e informaba sobre el Caso de Vicky Hernández y otros versus Honduras. No tienes ni idea de lo agotador que fue recibir tantas amenazas, la situación fue crítica, al punto que la Corte Interamericana de Derechos Humanos brindó medidas de seguridad para Cattrachas, la organización en donde trabajaba en aquel momento, incluyéndome en ese proceso.
Y finalmente este año, donde las amenazas han sido múltiples, causadas por muchos temas, entre defender derechos humanos hasta la reciente investigación de Reportar Sin Miedo. Pero la diferencia entre las demás ocasiones y esta es notoria y fue una de las consultas que me hice, ¿por qué ahora tengo tanto miedo?, ¿por qué me afecta tanto?
En la cita que tuve con la psicóloga, mencionó que puede deberse a que en ocasiones anteriores había reprimido el miedo porque me sentía culpable de sentirlo y finalmente ahora no pude reprimirlo más y todas esas emociones se desbordaron de golpe.
He hecho algunos intentos por pretender que esta situación no me afecta tanto, he salido a las actividades del Congreso Juvenil, al Mercadito Disperso y a la celebración del Centro Cultural de España y, aunque no lo parezca, en cada una de esas ocasiones he estado aterrada, con miedo a cada auto que se acerca por la calle, alerta ante cada sonido de motocicleta, con la piel enchinada cada vez que una persona camina detrás de mí y aún no he resuelto cómo vivir con ese miedo.

Conoce cómo es vivir con miedo desde las voces de otras personas que han decidido contar sobre sus realidades y su lucha o vivencia con el miedo.
Hay algo tan humano en el miedo que es inevitable sentirlo. Y depende porque hay miedo que siente uno de niño cuando le miente a sus papás y se dan cuenta, pero llega un punto en que en nuestra sociedad se vuelve un sentimiento estándar.
Es una realidad desde muchos aspectos. Es el ‘siempre hay posibilidad que algún idiota me siga mientras camino al gimnasio’ de todos los días, el ‘siento que nos están viendo y juzgando, espero no pase nada’ cuando salía con mi expareja.
El constante rezar que no pase nada en los taxis y preferir los buses y rezar por la seguridad de mis seres amados y amigos, esperar en muchas ocasiones que mi misma familia no se dé cuenta de aspectos de mí que se rechazan, por las incontables veces que los he escuchado burlarse de gente como yo.
Con Luz nos dábamos cuenta de cómo siempre existe en nuestro diario vivir, pero muy poco le prestamos atención, acostumbramos verlo con tanta naturalidad debido a nuestras diversas realidades que se nos ha adherido como si fuese nuestro respirar.
Marta también quiso compartir sus miedos y cómo ha vivido con ellos. Aquí te comparto su historia.
Creo que el miedo formaba parte de mí desde temprana edad porque crecí con un padre alcohólico y una madre que descargaba su enojo o frustración con golpes contra mí.
Vivía con el miedo de que una noche mi papá se fuera y nunca regresara, por lo que empecé a dormir con ellos porque así sabía que ellos estaban conmigo. Pero es ahí donde por un descuido descubrí lo que son las relaciones sexuales y empecé a vivir con miedo de volver a escuchar eso.
No podía dormir sola porque tenía miedo de que las pesadillas que tenía eran demasiado reales y tampoco podía dormir con mis papás porque tenía miedo de ellos.
Tuve miedo de ir a la escuela después que un profesor me besó a mis siete años y es ahí donde aprendí a faltar a clases cada que tenía alguna situación complicada, cosa que hasta ahora sigo practicando.
Crecí con miedo de que alguien más quisiera tocarme después de que el papá de mi mejor amigo me abusara, aunque ese recuerdo lo borré y hasta los 16 lo pude recordar.
Viví con miedo de que mis notas bajaran porque eso significaba castigo en mi casa y que mi valor como hija disminuyera.
Viví con miedo de la vida al punto que a pesar de tener ocho años ya deseaba la muerte.
Salí de mi pueblo y empecé a conocer más personas, pero estas se burlaban y agredían psicológicamente mi esencia, empecé a tener miedo de aumentar más de peso, empecé a tener miedo de decir alguna palabra mal, empecé a tener miedo de ser la rara del colegio. Esto se repitió hasta llegar a la universidad.
Tuve miedo nuevamente en la noche cuando mi primo se metió en mi cuarto a abusar de mí.
Tenía miedo cuando mi novio mayor por 17 años me forzó a tener relaciones sexuales con él y entre lágrimas le pedía que parara.
Tuve miedo de aceptar mi bisexualidad y actualmente tengo miedo que mis papás y el lugar donde trabajo se enteren de esto último. Tuve miedo en admitir que amaba a una mujer que nunca pude tener y este miedo hizo que la perdiera para siempre.
Aún ahora tengo miedo de no encontrar a alguien que me ame tal cual soy.
El miedo siempre ha estado conmigo y es una lucha constante con la que a diario batallo, pero puedo decir que poco a poco empezamos a tomar protagonismo de nuestras vidas y podemos dominarlo.
En mi caso han sido años de terapia los que me han permitido volver a confiar en las personas, en mostrarme vulnerable ante los demás, en expresar mi opinión sin temor al abandono, de poner límites que me hagan sentir segura, he aprendido a decir no.

Sus miedos la han acompañado y qué bonito me hace sentir el saber que aun así ha logrado dominarlos, hay algunos miedos que aún no logro enfrentar, pero, si algo quiero lograr, es hacer las paces con cada uno de ellos.
Finalmente, Luis también quiso compartir su historia, aquí te la dejo, para que la conozcas.
Ponle que yo tenía 12 años cuando oficialmente me empecé a dar cuenta que los chicos me atraían y pues haber crecido en un entorno lleno de bullying toda mi vida con palabras como “culero” o “niña”, aparte de los golpes que recibía bajo estas palabras, y aun así yo sin saber nada sobre mi sexualidad, fue algo realmente fuerte darme cuenta que a mí me gustaban los niños.
Mi mayor miedo era que lo supiera mi familia y las personas de la iglesia y al pasar de un par de años eso se volvió realidad.
Algo para lo que obviamente yo no estaba listo aún, tenía 15 años.
Una semana antes de la entrega de notas del tercer parcial, tuvimos un “campamento” en donde le dejé una nota a mi mamá diciendo que era bisexual.
Esto pasó porque mi profesora me había en teoría amenazado que le diría a mi mamá en la entrega de calificaciones y yo no quería eso, yo quería decirle por mi cuenta, pero no en esos momentos.
Fue peor cuando llegué a casa y mi mamá no me dirigió la palabra por una semana entera. Cuando por fin habló conmigo, fue para decirme que necesitaba un psicólogo, que eso se me iba a quitar. Fue algo que me dejó en shock porque mi mamá me estaba tratando como enfermo.
Yo amaba mi servicio en la iglesia, tenía más de ocho años en eso y al cabo de unos meses me hicieron odiarlo. Fueron semanas de acoso y malas miradas las que recibía por parte de la iglesia, me prohibieron cada vez estar en esos espacios por esa misma razón.
Esos momentos para mí fueron un infierno.
Ahora pues no guardo rencor hacia nadie, esa vivencia horrible que pasé varios años me hizo más fuerte y ser quien soy ahora.
Y entendí que a las demás personas les gusta provocar miedo porque ellos tienen miedo a las cosas diferentes. Es chistoso porque ellos siguen con miedo y yo soy libre de ser quien soy.
Algo que tenemos en común es que hemos vivido y seguimos viviendo con algunos miedos, algunos de ellos ya los hemos enfrentado, otros, como a mí, quizás nos paralizan y está bien sentirlo.
Y si de algo me he dado cuenta es que hablarlo es tan liberador, quizá no vaya a terminar con ello, pero a veces las otras personas han vivido situaciones similares y han logrado conseguir alguna salida de ello, es por eso que te digo, si estás viviendo o has vivido alguna situación como esa, no te lo guardes, las demás podemos aportar desde nuestro espacio, por mínimo que parezca.
Hablemos más seguido del miedo, odiémoslo, abracémoslo, sobre todo, reconozcámoslo, sentir miedo no es algo de que avergonzarse.