Desde hace meses, Honduras recibe a cientos de personas que viajan de manera irregular debido a la crisis política y económica en Venezuela
Por Alejandra Alvarado*
Fotos de Andro Rodríguez
Tegucigalpa, Honduras. Para muchos, esta ciudad puede ir muy rápido, para otros es un respiro, un semáforo en rojo, una mano amiga, un plato de comida caliente.
Con la crisis política y económica en Venezuela, miles de personas toman la decisión de buscar una mejor vida, ir tras sus sueños y ayudar a su familia a salir adelante. Desde hace meses, Honduras recibe a cientos de personas que viajan de manera irregular.
―¿Cuántos años tenés?
―26.
Me sorprendió, pues es solo un año mayor que yo.
―Y vos ¿qué edad tenés?
―18.
―La edad de los sueños ―dije.
Hubo una pausa, un silencio. Seguramente todos estábamos soñando.

Me dirigía a mi casa cuando en una de las aceras de Comayagüela descansaba Daniel, un muchacho de 26 años que partió hace un mes de su natal Maracay, Venezuela. Daniel llevaba una mascarilla puesta y pude escuchar un poco de tos con flema mientras hablábamos. Ha estado durmiendo a la intemperie los últimos días, no tiene mucha ropa, pues el equipaje debe ser liviano.
Su última semana en Maracay fue planificar el viaje, buscar el dinero necesario para el camino, pues sabe que los cobros llegan a ser exagerados y le contaron sobre el tráfico de personas, por último estar con su familia hasta el momento de despedirse.
―Era de noche cuando salí, dejé todo atrás, que venga todo lo que tenga que pasar. Pienso mucho en la familia ―me dijo―. ¿Cuándo los volveré a ver? Pero la situación, usted sabe, uno quiere salir adelante, no desperdiciar tanto el tiempo que nos queda. Uno todavía es joven. Entonces prefiero ver qué pasa a quedarme en un país donde no hay oportunidades.
Daniel estudió cuatro semestres de Arquitectura, una de las carreras más caras en toda América Latina. Por falta de dinero tuvo que retirarse y comenzó a trabajar con una empresa que produce lácteos. Su idea era poder seguir pagando la carrera, pero con el tiempo la realidad fue diferente. Pagar el alquiler que compartía con su compañera de vida más servicios básicos se llevaban todo el dinero que conseguía.
El Darién
El Darién es una selva que se ubica al sur de Panamá y al norte de Colombia, separa a las naciones y continentes de la carretera Panamericana. En ella hay cientos de pantanos, ríos y fauna salvaje.
Para llegar al Darién, se debe partir de Necoclí, un municipio localizado en el departamento de Antioquia-Colombia. Allí hay lanchas que trasladan a los migrantes hacia Candi, donde empieza la travesía.
―Son de cuatro a cinco días caminando, ahí se ven muchas cosas ―su mirada se trasladó al lugar mientras me contaba el trayecto―, se ven muertos, gente varada porque se fracturó alguna pierna, alguna cuestión. Es feo, hay mucha basura, mucha ropa tirada, la gente va dejando las cosas para seguir sin tanto peso.

Uno quiere salir de ahí, salir rápido, pero hay que estar pendiente, en el camino hay demasiado barro y te podés resbalar, si te distraes, podés perder la vida, así de sencillo.
La mayoría de migrantes no viajan solos, sino que en grupos para así cuidarse entre ellos. Daniel viajaba con Diego, de 18 años, también de Maracay. En el camino encontraron a varias personas más, entre ellas una mujer con dos niños.
El Servicio Nacional de Migración Panameño informó que en lo que va de 2023 las autoridades de Panamá han recuperado al menos 27 cuerpos de la selva.
Cuando salen de la selva llegan a una comunidad indígena en Panamá, donde les cobran por todo, agua, comida, por bañarse, recargar el teléfono, etcétera. En el trayecto hay diferentes grupos que cobran un impuesto de cientos de dólares para la protección de los que transitan por ese territorio, se les venden paquetes para que puedan llegar seguros a su destino.
Panamá no es un lugar donde se quedan mucho, pues diferentes organizaciones se encargan de que su paso sea rápido.
Allá no es como aquí
―Es feo, no nos apoyan en nada, uno tiene que buscar qué vender y apoyarse entre todos. Nosotros llegamos a Costa Rica a un refugio, ahí me tocó vender mi teléfono, no teníamos dinero y me tocó dejarlo allí ―mencionó Diego sobre sus días en ese país―. Con eso completamos un pasaje de 20 dólares cada uno. Más adelante, cerca de la frontera con Nicaragua, tuvimos que comprar otro paquete de 75 dólares. No duramos mucho allí, al llegar a la frontera hay buses y camionetas que te trasladan de un punto a otro hasta que llegas a la frontera con Honduras.
En estas honduras
Según cifras del Instituto Nacional de Migración (INM) de Honduras, entre enero y marzo de 2023 por el país transitaron 54,496 migrantes, lo que contrasta con los que lo hicieron en 2022, cuando en el mismo período sumaron 13,117, principalmente por el departamento de El Paraíso.
Honduras aún no se reconoce como país de tránsito migratorio, lo que vulnera los derechos humanos de las personas migrantes. Los refugios que se encuentran en el departamento de El Paraíso son apenas dos y la capacidad para albergar es de máximo 200 personas.
―Podemos decir que aquí tomamos un respiro, la verdad. Es como la mitad del camino y, bueno, paramos para planificar todo, cómo podemos seguir y que el paso por esos países (Guatemala y México) sean breves.
El tema de la seguridad es la pregunta. ¿Cómo duermen? ¿Qué comen? Las tiendas de acampar son una opción si está lloviendo, de lo contrario, una banca o cualquier rincón puede ser seguro. La comida es otra cuestión. Lo que a la gente le nazca. “A veces nos regalan, llegan carros con gente que nos dice que tienen un hijo, un esposo, cualquier familiar en los Estados Unidos”.

Mientras escuchaba cómo ha sido su estadía, percibí mucha calidez y gratitud. “La policía ha sido amable, los médicos han sido amables, hay refugios que nos donan insumos de primera necesidad, nos dan donde bañarnos, hemos descansado para poder seguir”.
Supongo que la calidez viene de la experiencia, todos los hondureños y hondureñas tienen una historia “del sueño americano”, ya sea propia o de alguna persona cercana.
Cuando llegan a la frontera deben sacar un permiso gratuito, también hay empresas de transporte que les ofrecen llevarlos hasta San Pedro Sula por 40 dólares. Sin embargo, cuando llegan aquí no cuentan con el dinero suficiente para costear el viaje.
Tegucigalpa y Comayagüela se han vuelto la casa de estos jóvenes. Bajo el pesado sol, el ruido de los carros y buses han encontrado una parada para retomar fuerzas.
Es común leer cientos de letreros con leyendas que dicen Ayuda, somos de Venezuela, Buscamos un mejor futuro para nuestras familias.
Cuando me despedí de Daniel y Diego con un apretón de manos, les deseé que llegaran con bien a su destino. Me dieron las gracias por escucharlos y nos sonreímos.
Seguí mi ruta a casa. Hoy llueve sobre la capital de Honduras, llueve sobre cientos de migrantes.
Llueve sobre mojado.

*Alejandra es estudiante de Periodismo y cofundadora de la organización feminista y disidente Nosotras la Preferimos Sencilla.