Golpean a treinta hondureños frente a la propia Casa del Migrante en Tecún Umán. Luego, militares y policías guatemaltecos los abandonan lejos, en medio de la noche
Los sobrevivientes de la primera caravana de 2021 están dispersos por territorio guatemalteco. Toman caminos en medio de la nada y cruzan ríos. Huyen de la persecución y la represión desatadas contra ellos por los Gobiernos centroamericanos
TECÚN UMÁN, Guatemala – Hace un calor tan fuerte que cuesta respirar. La tarde del viernes 22 de enero de 2021, unos treinta migrantes hondureños se encuentran afuera de la Casa del Migrante en Tecún Umán, Guatemala. Solo tienen permitido refugiarse un día en ese lugar.
El grupo incluye ancianos y mujeres con niños en brazos. Los hombres se han ido a otros sitios a dormir y reponer fuerzas. Los treinta migrantes retroceden hasta topar de espaldas con el muro verde y amarillo de la Casa y se quedan pestañeando bajo el sol sin poder creer en lo que ven.
Un destacamento de policías y militares guatemaltecos los espera en la calle. Están armados con pistolas, toletes, fusiles y escudos y no parecen dispuestos a negociar con nadie. Su misión es hacerles la vida imposible a las y los migrantes, obligarlos a regresar a Honduras.
Para las hondureñas y hondureños, ese tratamiento es injusto; para los militares, es su trabajo. Siguen órdenes del presidente guatemalteco Alejandro Giammattei, que junto con los mandatarios de Honduras y México se ha propuesto detener el flujo migratorio a como dé lugar después de firmar el tratado de países seguros con Estados Unidos.
“¡Esta es mi prueba de COVID! ¡Salí negativa!”, grita una hondureña mientras muestra un papel. Un soldado le aparta la mano y le ordena que se suba en una camioneta. Para él, la prueba no es válida. Conduce a empujones a la mujer a uno de los automóviles estacionados en la orilla de la calle. En las “van” están apretujadas otras migrantes con sus hijos.
“¡Acá no pueden estar!”, vociferan los uniformados. “¡Está prohibido! ¡Regresen a su país!”.
Algunos hombres hondureños que estaban sentados en la acera frente a la Casa del Migrante antes de que llegaran los soldados huyeron y se perdieron en los callejones del vecindario Olguita de León en la frontera entre Guatemala y México. La Casa no deja que los hombres permanezcan en sus instalaciones.

“La policía lo que está haciendo es levantar a los grupos de hondureños que han logrado sobrevivir en la caravana”, dice una hondureña procedente de Tegucigalpa que prefirió no ser identificada.
“Los militares se los llevaron. Todo el convoy se llenó”, relata Ever Turcios, proveniente de Siguatepeque, en el centro de Honduras. “Nos tratan mal, sacan los toletes y montan a la fuerza a las personas, a las muchachas”.
Los militares y policías guatemaltecos terminan de subir a empujones y toletazos a los hondureños a quienes han podido atrapar. Las patrullas arrancan haciendo chillar las llantas sobre el pavimento caliente y se dirigen rápidamente a las afueras de Tecún Umán.
“Vino la policía y nos dejó botados como a 15 kilómetros. Ya estábamos perdidos y como a medianoche venimos aquí”, agrega Ever Turcios, de Siguatepeque, en el departamento de Comayagua.
A muchos kilómetros de Tecún Umán, las patrullas sueltan su cargamento de migrantes. Los uniformados reparten más golpes y ordenan a los hondureños que vuelvan a Honduras.
Ya es de noche y los hondureños y hondureñas abandonados por los militares no saben dónde están. Se hallan en medio de la nada. Hace un frío que los hace temblar dentro de la sucia ropa que llevan puesta. Está tan oscuro que no pueden verse entre sí.
Avanzan a tientas en medio de las tinieblas, buscando retomar el camino a México y luego a Estados Unidos. Llegaron hasta acá y no pueden echarse atrás.

Van con miedo porque lo que se ha desatado en Guatemala es una verdadera cacería de migrantes. Las autoridades peinan poblados y zonas rurales y urbanas en busca de los integrantes de la primera caravana hondureña de 2021. Cientos de ellos aún permanecen ocultos en tierra guatemalteca. Acá no se respeta a nadie. La consigna de los militares y policías “chapines” es sacarlos a todos.
Y la consigna de las y los migrantes es huir de ellos y volver a emprender el viaje al norte.
LOS CAZAN COMO ANIMALES
No parece haber rincón de la zona fronteriza que escape al rigor de los soldados guatemaltecos. Las fuerzas militares y policiales andan dondequiera para atrapar a los y las integrantes de la caravana.
“Nos sentimos obligados a cruzarnos el río porque ellos nos andan buscando por las carreteras”, cuenta Joel Zepeda, de Tegucigalpa, quien viaja con su esposa y sus hijos. “Nos mienten diciéndonos que tenemos que entregarnos y cuando uno dice que no, lo agarran a la fuerza”.
Los hondureños y hondureñas se suben en frágiles canoas o balsas para atravesar el río Suchiate. Llevan semanas días haciendo ese trayecto fluvial para escapar de las garras de los militares guatemaltecos y migración mexicana. El río se desliza tranquilo bajo las embarcaciones donde los y las migrantes se hacinan entre bultos de ropa y otros enseres.
Joel señala el sitio en la acera frente a la Casa del Migrante donde estuvo muchas horas buscando algo de comida caliente y refugio para sus parientes. “Ayer estuvimos allí sentados. Solo se fue el carro de derechos humanos y los militares se bajaron con látigos para subirnos al camión. Solo esperaron que se fuera para comenzar a actuar violentamente contra nosotros”.
Los migrantes piden que las autoridades guatemaltecas respeten sus derechos. “No somos animales, somos seres humanos”, dice la mujer anónima que vino desde Tegucigalpa con la caravana. “Vigilan a los grupos, los agarran a golpes y los suben a las patrullas”.
Ella no anda un centavo en el bolsillo, no ha comido ni dormido bien desde que la caravana salió de San Pedro Sula hace ocho días. “Si no nos quieren dar un bocado, que no nos golpeen porque no somos animales”, reclama, indignada por el maltrato del que han sido víctimas.
Algunas personas se han perdido en los ríos y otras han tenido que refugiarse en casas de guatemaltecos por miedo a la policía, relata.

Ya no saben en quién pueden confiar. Los migrantes vagan en una tierra de nadie en la que cualquiera puede entregarlos a las autoridades y cortar de tajo sus sueños de libertad y mejor vida.
La cacería frente a la casa del Migrante es para algunos una señal de que no es posible confiar en nadie. “Uno tiene miedo de que lo vayan a entregar. Lo recogen de allí, lo golpean y lo mandan para Honduras”, dice Daniel Ramírez, quien salió de Olancho, en el oriente hondureño, para unirse a la masa de desplazados.
Daniel y los demás integrantes de la caravana vienen de todas partes de Honduras. Óscar Bonilla, de sesenta años, se atrevió a viajar desde su colonia en San Pedro Sula porque no tiene trabajo ni esperanzas de hallarlo. “En Honduras, uno se desespera porque no tiene trabajo. No hallamos qué hacer y uno no está pensando en maldades como otras personas”, dice. “Nos están hostigando en Guatemala. Los policías nos golpean y maltratan”.
Lo han perdido todo, menos las ganas de seguir adelante, aunque eso significa enfrentarse al mal clima, el hambre, la delincuencia y los gobiernos centroamericanos.
“Salí corriendo de la Casa del Migrante con mis dos niños”, cuenta Jessica. A su lado están sus hijos, Issac Noé, de tres años, y Juan David, de 12. Los policías guatemaltecos persiguieron a Jessica e irrumpieron en la casa donde ella se refugió. “Gracias a Dios no nos agarraron, pero se llevaron a la mayoría que estaban aquí en la Casa del Migrante”.
Jessica vendía elotes asados en una colonia del distrito de la Rivera Hernández, en el este de San Pedro Sula, pero perdió todo lo que tenía en las inundaciones causadas por los huracanes Eta y Iota. Sin trabajo, no le queda más que huir.
“En mi colonia se perdió todo. Hay lugares donde la gente no puede ni encontrar las casas porque aún está inundado”, dice mientras abraza a sus dos hijos.